miércoles, 11 de enero de 2012

CAPITULO II



Un tenue haz de luz penetró en la habitación a través de las telas de la entrada. Bran, iluminado por el sol, abrió los ojos y examinó cuidadosamente el pequeño habitáculo, adormilado. Se frotó el rostro y, desperezándose, se levantó de un salto y salío al exterior. Recordó vagamente el sueño que había tenido esa misma noche. Aparecía un hombre muy extraño y desconocido para él, y le hablaba. Le decía algo de sus padres. Solía tener ese sueño a menudo desde que los perdió. Anna aún seguía dormida en la misma posición en la que se quedó la noche anterior. Respiró profundamente y se dirigió a la fuente principal de la aldea. Se trataba de una construción rectangular de un metro de profundidad aproximadamente, realizada con bloques de granito desgastados debido a la meteorología y a los años. Bran se acercó y resquebrajó el hielo superficial del agua formado a causa de las bajas temperaturas. Una vez abierto el agujero en el hielo metió las manos y se lavó la cara. <<Esto me ayudará a espabilarme>>, pensó distraído. Unos gritos lo sacaron de sus cavilaciones. Miró a su alrededor y vió a varios de los ladrones más veteranos rodeando a un hombre que, tirado en el suelo, suplicaba y lloraba a estos. Bran se acercó con curiosidad y pudo observar al harapiento anciano. Vestía un ropón sucio y roto ajustado al cuerpo mediante una cuerda, y unas sandalias de cuero viejas.
-¿Qué es lo que pasa, Larut?- preguntó Bran a uno de los más veteranos, considerado como el líder, amigo suyo desde que era un niño.
- Lo hemos encontrado merodeando por la aldea. Creemos que es un espía del Emperador. Nadie desde hace años se ha atrevido a viajar hasta estos parajes, excepto las caravanas; además, hemos encontrado una bolsa de monedas con la marca imperial. No hay duda. Si lo dejamos ir, podría causarnos muchos problemas. Creo que deberíamos matarlo. -A Bran se le helaron las venas. 
Los demás hombres asintieron ante las palabras de Larut. Vivían en una aldea, si así podía llamarse, arrasada y pobre, pero instrumentos de ejecución, como la horca, no faltaban. Nunca se sabía lo que podría pasar. Bran se mareó sólo de pensarlo.
Mientras tanto, Anna se acercó al lugar donde se encontraban Bran y su amigo, con cara de confunsión.
-¿Qúe sucede? - preguntó ella. Bran juraría que la vió dormir cuando salió.
Larut iba a tomar la palabra pero Bran se le adelantó.
-Han encontrado a este hombre vagando por nuestra aldea. Creen que es un espía del Emperador. Dicen que traerá problemas si no lo matan y lo dejan ir - Bran dejó caer las últimas palabras con tristeza. En el fondo de su ser, se oponía a todo tipo de violencia de ese calibre, y más si las pruebas, aunque claras, no eran sufucientes. Anna palideció y se produjo un silencio que a ambos les pareció eterno. Larut, en un intento de romper el hielo, se despidió y los dejó solos. Bran miró por última vez al desdichado hombre, y los profundos ojos de este se clavaron sobre los suyos mientras le llevaban a la antigua mazmorra de la aldea, mohosa, y sin usar desde hacía muchos años. Bran sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Pudo ver cómo sus labios pronunciaban su nombre. Se quedó petrificado. Anna percibió al instante su preocupacion y si inquietud; le conocía demasiado bien como para no darse cuenta.
-¿Qué pasa, Bran? Sabes que puedes confiar en mí.
-E-Ese anciano sabe mi nombre- tartamudeó Bran.
-Eso es imposible, es la primera vez que lo vemos.-Bran miró a Anna con cara de circunstancias.-¿Verdad, Bran?
Bran recordó poco a poco, y se dío cuenta de que esa cara le resultaba familiar. Cayó rápidamente en que aquel hombre era el que apareció en su sueño esa misma noche.
-Este anciano es el que aparece en mis sueños cada noche.
-¿Estás seguro?- inquirió Anna.
-Segurísimo.

Relato

CAPITULO I



La oscuridad de la noche caía sobre Ishkaar como una pesada losa de mármol. Una escurridiza figura se movia ágilmente por los rincones de las angostas y polvorientas callejuelas de la pequeña aldea. Los gatos callejeros se apartaban cuidadosamente al paso rápido del joven, profiriendo maullidos y gruñidos de evidente indignación . Las paredes de las pequeñas chozas, semiderruidas, resistían a duras penas el paso del tiempo, mostrando algunas grietas que, si no eran reparadas cuanto antes, podrían causar la destruccíon de la humilde vivienda. Ishkaar hacía tiempo que estaba abandonada, y solo habitaban allí ladrones y gente dedicada al asalto de caravanas durante la época mas fría. Estaba situada en los límites de las tierras de Yag, lindando con los Picos de Oro al norte y el desierto de los tuaregs al sudeste, donde según las leyendas de los ancianos mendigos de la aldea, existía una gruta que contenía tesoros incalculables, aventura de la que nadie volvió para contarlo. Las habladurías populares contaban que los pocos valientes que se aventuraron en tal contienda habían sido secuestrados por los tuaregs y los jinetes salvajes y mas tarde abandonados a su suerte en unas tierras hostiles en las que, moribundos, servirían de alimento a las aves de carroña. Para los escasos habitantes de la aldea ya abandonada, sólo habladurías que servían para asustar a los pocos muchachos que allí moraban.
El joven, de rostro aguileño, pelo largo y rubio oscurecido a causa de la suciedad, vestía ropones de lana deshilachados y un jubón verde turquesa muy nuevo, que por la calidad del mismo, debía haber robado de algunas de las caravanas de ricos mercaderes que cada vez con menos frecuencia pasaban por aquellas tierras. Tras una larga carrera a través de las calles y locales que antaño fueron grandes bazares y mercados, frenó en seco delante de un pequeño habitáculo mohoso a cuyo interior se accedía a través de un pequeño agujero tapado con telas y pieles de animales. Entró con sigilo en la estancia y y se acomodó entre los viejos cojines en una de las esquinas de la misma.
-¿Dónde te habías metido, Bran? Llevo toda la tarde esperando tu llegada - dijo una chica sentada en la esquina opuesta de la habitación.
-Perdóname, Anna, la tarea se ha alargado más de lo previsto y el tiempo se me ha pasado sin darme cuenta- se defendió él.
-No importa, pero espero que no vuelva a suceder. Podría haberte pasado cualquier cosa. ¿Me has traido lo que te he pedido?- preguntó ella con sumo interés, retirándose el cabello del rostro. Bran asintió, e introduciendo la mano entre sus ropajes sacó un pequeño objeto envuelto en una tela de color blanco sucio.
-Me ha sido fácil conseguirlo, pero he tenido de dejar atrás al jefe de caravanas- Bran rió mientras le relataba su reciente aventura de cómo estuvo a punto de acabar entre las manos del camellero.
-Pues recemos para que no nos encuentre- bromeó la joven a su vez.
Anna tenía la misma edad que Bran , de rostro redondeado, ojos verdes y tez morena. Llevaba el pelo de color castaño recogido en una trenza que le alcanzaba la cintura. Vestía una túnica color hueso corta que le llegaba hasta poco más arriba de las rodillas, y llevaba colgado un collar con piezas de metal que se podían poner y quitar, al que añadió la pieza que su amigo le acababa de conseguir: un dragón con las alas extendidas. Los dragones eran temidos y respetados por las gentes de Yag, aunque ya se creían extinguidos.
Anna y Bran vivían de la delincuencia desde que eran niños, un tiempo después de que sus padres fueran apresados por los tuaregs del desierto. Desde aquel día se les dió por muertos, ya que los jinetes salvajes del desierto no solían tener piedad con los rehenes y viandantes, a no ser que les pudieran sacar algo de provecho. Anna procedía de familia humilde y sencilla, que tras un ataque imperial a la aldea de Risshak huyó hasta Ishkaar, donde se estableció hasta el día de la desaparición. Durante aquel forzoso éxodo que los obligó a abandonar su hogar, Anna sólo contaba con la edad de 2 años, por lo que nunca le contó nada a Bran de lo ocurrido, ya que no lo recordaba. Anna también tenía un hermano, que murió a los pocos días de nacer; dadas las condiciones de higiene era algo no muy extraño. En cambio, Bran procedía de una familia acomodada, sustentada por Hanann, el padre de Bran. Éste era uno de los mercaderes más ricos de Vranah, en su época de esplendor. Unos años más tarde se le acusó de uno de los robos más importantes de la capital de Yag por lo que tuvo que huir hacia Ishkaar al igual que la familia de Anna. A partir de ese momento Bran, Anna y sus respectivas familias comenzaron a dedicarse al asalto de caravanas para poder sobrevivir de algún modo.
Bran recuerda la noche del asalto de los jinetes del desierto con horror. Los jinetes arrasaron la aldea y segaron las vidas de muchos hombres que malvivían de la delincuencia. Quemaron casas y mataron al ganado, incendiaron los campos de cultivo y violaron a las mujeres. También se llevaron como rehenes a hombres, mujeres y niños, entre ellos los padres de Bran y Anna. Ellos pudieron esconderse en las antiguas mazmorras, por eso se sienten culpables de lo sucedido al no haber ayudado o defendido a sus padres. Desde aquel momento Bran convive con la soledad cada día, y su única compañía es la de Anna, de la que ha hecho su amiga inseparable.
Una gélida brisa meció suavemente las pieles de la entrada de su escondrijo.
-Este invierno está siendo uno de los más duros desde que mi memoria recuerda. Las caravanas cada vez pasan menos y si esto sigue así, tendremos que abandonar este lugar- Bran sopesó las palabras de Anna, que estaba temblando de frío y su piel se estaba tornando blanco pálido.
-Encontraremos alguna solución, ya lo verás- susurró Bran. Se acercó a Anna y la rodeó con sus brazos, en un intento de transmitirle calor, colocando a su vez una gruesa manta de lana por encima de sus hombros. Bran se mantuvo a su lado hasta que esta cayó en un profundo sueño, luego se acurrucó en la esquina y, tiritando, se quedó dormido.

miércoles, 4 de enero de 2012

Primera entrada.

Bueno, realmente nunca antes había probado a escribir en un blog. Pero siempre hay una primera vez para todo, o eso dicen. Desde pequeño siempre me ha gustado escribir. Qué sería de nosotros si no pudiéramos expresar lo que llevamos dentro, tan adentro y tan aferrado a nuestros corazones que a veces no nos damos cuenta de ello, pero nos sentimos como en una jaula, encerrados y sin posibilidad de escape. Ahí es cuando aparece la escritura. Me he dado cuenta de que, para mi jaula, la única llave capaz de abrir la cerradura es escribir. Escribir a veces nos transporta a otro mundo, un mundo diferente, un mundo que nos hace soñar y volar, un mundo que nos enseña que a la vida hay que echarle una pizca de imaginación y de humor. Para escribir no hace falta nada especial. Solo hay que echarle ganas y tiempo. Lo demás surge por sí mismo. No hay que ser un gran conocedor del lenguaje, no hace falta ser un gran escritor. La escritura no conoce límites, no tiene una forma predeterminada, cada persona la moldea a su gusto. Por eso, en este blog voy a traer historias que voy escribiendo, algunos fragmentos de canciones que compongo, pensamientos, cosas de mi día a día. Espero que guste y que disfrutéis con ello. Un saludo.


Pablo